DIGAMOS que para empezar, murió mi abuela. El fin de semana pasado tuvimos que ir todos mis familiares y yo a Bella Unión a su lecho de muerte a verla morir, velarla y enterrarla. Si yo fuera
Mariano Dorr, diría "
un loco". Fué mi deber, como hijo primogénito del hijo mayor de la difunta, el sacar fotos. Me miraron mal y me juzgaron, usé el flash adentro de la sala del velorio. Mis primos me comentaban las consecuencias morales de mis acciones pero me apoyaban al saber que era por compromiso sanguíneo que debía hacerlo, por ser el único que se animaba a cumplir los deseos mórbidos de mis parientes.
Saqué fotos en la misa y en el entierro, era como un fotógrafo en un casamiento, pero al revés. Totalmente al revés. Los rituales, la gente, todo. Yo saqué un par de fotos con mi cámara (la de la foto de arriba), pero era más de los otros momentos, los de estar viendo a tus parientes en vez de estar velando a tu abuela. Hice
tour también. Siempre hago tour cuando estoy en el interior.
En la misa hablé por micrófono y redimí mi cruz de fotógrafo al hablar por la segunda generación. Hubo gente demasiado deprimida y angustiada para decirme nada al respecto, pero estoy seguro que mal por lo menos no les cayó. Todos me felicitaban, después me veían sacar fotos de los nietos llevando el cajón a la tumba.
Cuando cuento esto nadie entiende. Nadie. Ni siquiera me preguntan por qué sacaba fotos, simplemente no entienden. Supongo que es algo que acabo de descubrir de mi familia que la separa de las demás, aparte del número (
1 abuela, 13 hijos, 33 nietos, 17 bisnietos).
Y bueno.
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